
Así, algunos niños
empiezan a hablar temprano y de "golpe", otros un poco más tarde y,
también, hay unos que se rezagan considerablemente, inquietando al principio a
sus padres con su silencio tenaz y asombrándolos, luego, con su excesiva
locuacidad.
Ciertos retrasos
pueden atribuirse a la herencia, debido a que hay familias donde los niños
empiezan a hablar más tarde que en otras. Pero también hay casos, en gran
medida, generados por el medio ambiente, en especial por el hogar, en el que
los padres no suelen estimular adecuadamente la adquisición y el desarrollo del
habla de sus niños. Es el caso, a veces, del hijo único, cuyos padres sólo
hablan lo indispensable, quizás para decir a más: "¿Está preparado el
desayuno?" y creen innecesario decirle algo a su niño antes de que éste
pueda "comprender" y responder.
También se tiene
como ejemplo el caso de los hijos de padres sordomudos, quienes por falta de
conversación en el hogar empiezan a hablar mucho más tarde que los otros niños
de su misma edad, aunque ellos mismos no sean ni sordos ni mudos.
En cambio, los
niños que crecen rodeados y estimulados lingüísticamente por sus hermanos, o a
quienes sus padres les han hablado aun antes de que puedan comprender el
sentido de las palabras, aprenden fácilmente a hablar en comparación a los
niños antes señalados.